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martes, agosto 08, 2006

cines porteños

Un paseo por las casas del séptimo arte

La magia comienza en la oscuridad pero el dilema arranca incluso antes que en la cartelera. Porque no se trata solamente de optar por una película sino también por una sala que hospede al film elegido. Hay cines en grandes complejos y otros venidos abajo, salas llenas de chicos y otras en las que sólo ingresan adultos. Dime a qué cine vas y te diré quién eres. Nos propusimos recorrer las diferentes opciones para disfrutar del séptimo arte. Vos, ¿con cuál te quedás?

El recorrido comienza por el Village Recoleta (Vicente López y Junín). Gustos al margen, los complejos de este tipo se han impuesto como un fenónemo de consumo y son elegidos por miles de argentinos. Se vuelve imposible dejarlos de lado como una opción de salida. Las circunstancias no juegan a favor de los gruñones: la boletería de este cine siempre suele ser un mundanal, pero las vacaciones de invierno solamente empeoran las cosas. Películas infantiles invaden la cartelera y la gente se abarrota para conseguir su entrada. Javier y Natalia, una parejita de estudiantes universitarios, hacen fila para ver “la de los bañeros”. ¿Por qué eligieron las salas de Recoleta? “Es cerca de casa y estos cines están buenos, las butacas son cómodas y el sonido es lo más”. Para los indecisos, el Recoleta siempre es una buena opción: ofrece más de una docena de opciones en cartelera.

Mientras la compañía Village crece de forma apresurada (en breve comienza la construcción del complejo Luján y prometen más sedes en el Gran Buenos Aires y el interior del país), los cines de barrio amenazan con desaparecer. Segunda parada: el Cosmos (Av. Corrientes 2046). Me atiende Susana (dueña del cine junto a su marido Luis) y después de una pequeña charla introductoria me confirma, entristecida, la noticia que ya circuló por los diarios nacionales y se coló en las conversaciones de varios cinéfilos consternados: “sí, el Cosmos cierra. El día en que se venda el edificio, este cine se va a cerrar definitivamente. Es que no tenemos apoyo de nadie, ni del INCAA. Y es muy difícil que una sala así se pueda mantenerse por sí sola”. El declive del Cosmos no es novedad para nadie. Fue un proceso lento pero constante; que primero lo llevó a perder mil localidades (del megacine que supo ser hoy solamente quedan dos salas de 176 y 34 butacas) y luego muchísimo público. “Este año, encima, nos sacaron las proyecciones del festival de cine. Las mandaron a otras salas que después no estrenan películas independientes”.
Mientras continúa la charla, el acomodador ubica a las 4 personas que vinieron a la función de Triple Agente. Las salas semivacías ya son casi una costumbre. Continúa Susana, que sigue buscando explicaciones: “las películas que proyectamos no son comerciales y la cantidad de espectadores depende mucho de la crítica. Si los diarios y las revistas fueron duros, las cosas se complican”. Un film que rinde bien puede llevar 2500 personas en la primera semana. De caso contrario, sólo se contarán números en rojo.

La nostalgia me lleva visitar lo que alguna vez fue el Cine Metro (Cerrito 570) y hoy se ha convertido en un teatro de espectáculos de dudosa calidad: durante el día el flamante Teatro Metro alberga la obra de Panam y a la noche presenta “Un país de revista”, con Catherine Fulop a la cabeza. De los antiguos empleados del cine solamente queda una persona de mantenimiento. El resto del personal tuvo que irse junto al anterior dueño.

Última estación: Santa Fe y Callao. La galería que lleva al cine para adultos Edén es oscura y tiene, además de la sala, algunos negocios (bien escondido, perfecto para los más reservados). Bajo las escaleras y me acerco a Gustavo, el empleado de la boletería. Pido una entrada, pero Gustavo se niega a dejarme pasar: “No te conviene, van a empezar a meter mano”, me advierte. El Edén funciona hace 8 años. Proyecta las 24 horas, los 365 días del año. El repertorio está compuesto íntegramente por películas extranjeras. Muchas de ellas tienen años y no son demasiado difíciles de conseguir. “Son las mismas que podés alquilar en cualquier videoclub”, agrega el vendedor. Entonces, ¿por qué la gente sale de su casa? La pregunta se responde casi sola pero, por las dudas, Gustavo guiña el ojo y aclara: “Por los encuentros, claro”. Por 9 pesos (salvo los jueves, que cuesta 6) uno puede permanecer hasta 12 horas adentro de la sala. Rato para encuentros, sobra.
En el cine está todo permitido, menos “los que se visten de mujer”. Gustavo: “en otros lugares los dejan pasar, pero acá preferimos que no vengan, porque es para lío”. Bien entrada la noche (la hora pico del Edén comienza cuando baja el sol) la competencia de este tipo de cines son los boliches bailables. “Pero, por lo general, la gente se viene para acá después, cuando termina la salida”. ¿Si hay habitués? “Por supuesto”, dice Gustavo, “¡les tengo las caras bien conocidas!”.
Una romántica en pareja, el clásico de la infancia con amigos, una de adultos... hay miles de historias relacionadas con el cine. ¿Cuál es la tuya?

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