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martes, diciembre 22, 2009

22 años de la muerte de Luca Prodan.

Luca Prodan
A 20 años de su muerte, el mito sigue vivo

Como Jim Morrison o Kurt Cobain, su temprana muerte a los 34 años significó el nacimiento de una de las leyendas más grandes de nuestro rock. Vagabundo, heroinómano, alcohólico y genial, creó Sumo y revolucionó la escena porteña de los ochenta con sus canciones en inglés. Genio y figura de un rockero maldito.

Un italiano que hablaba en inglés y estaba de vuelta de todo. Un niño rico que creció en un colegio de príncipes de Escocia y un día se escapó para ser un vagabundo, un reventado, una estrella de rock. Un drogadicto que cruzó el Atlántico intentando curarse, pero que nunca pudo olvidar del todo la caricia amarga de la heroína. Un Mesías que llegó desde algún lado, se instaló en las sierras de Córdoba, se rodeó de discípulos con los que armó una banda y desde allí cambió para siempre la historia del rock nacional y la vida de todos los que lo conocieron.

La vida de Luca está partida en dos: su infancia y su juventud en Europa por un lado y sus últimos años en la Argentina por otro. Sus peripecias por Londres y Roma primero, y Traslasierra y Buenos Aires después. La heroína y la ginebra. La poesía y el punk. La alcurnia familiar y el vagabundeo compulsivo. Sus chicas italianas, alemanas, inglesas y argentinas.

ALLA. Luca nació el 17 de mayo de 1953 en Italia y cuando tenía seis años, sus padres, Mario y Cecilia Prodan, que vivían en Roma, lo mandaron al colegio Gordonstoun, un internado al norte de Escocia, donde también estudiaban los príncipes Carlos y Andrés de Inglaterra y con los que Luca compartió algunas clases. En todas las cartas que les escribía a sus padres les pedía que lo sacaran de allí: el encierro y la disciplina cuasi militar le resultaban insoportables. Su padre se negó, y eso fue algo que nunca le iba a perdonar. Esa primera aproximación a la autoridad y a un sistema ultra disciplinado fueron una experiencia que iba a marcar el resto de su vida. “El colegio donde me mandaron es un gran rollo mío –contaba–; allí me enseñaron mucho, pero al mismo tiempo aprendí que la sociedad quiere que seas una marioneta: cuanto más famoso y mejor es el colegio, más marioneta vas a salir o, si no, más loco. Y yo salí loco”. Y sobre sus padres decía: “No les escribo desde hace cuatro años. Pero los vi hace tres. Están ahí, qué sé yo... El caso es que me trataron mal. ¿Que tengo que tratarlos bien porque son viejitos, pobrecitos? Que se vayan a la c… de su madre. Yo era chiquito y me trataban como la mierda. Mi hermana se suicidó y dejó una carta como de 40 páginas para mis viejos, porque era todo culpa de ellos”.

Unos meses antes de graduarse, Luca se hartó de todo y se escapó. “Un día simplemente desapareció”, recuerda el director del colegio en el documental que Rodrigo Espina estrenó hace algunas semanas. Se fue a Londres y después giró por Europa, mientras la Interpol lo buscaba por pedido de su familia. Una mañana, de pura casualidad, su madre iba manejando por las callecitas de Roma cuando vio que unos policías requisaban a dos jóvenes. Tuvo un pálpito. Se distrajo mirando la escena y terminó chocando contra un árbol. Cuando se bajó del auto, se acercó al grupito de policías y... adivinen a quién estaban requisando: “¡Luca, Luca!”, gritó su madre y lo abrazó.

Otra vez en su casa, a sus 18 años, sus padres lo mandaron a terminar el colegio ahí en Italia. Al poco tiempo fue convocado para hacer el servicio militar. Luca nunca se presentó, así que para la ley fue considerado desertor. Lo detuvieron y pasó tres meses en una celda mínima. Sólo lo dejaron tener una guitarra y fue allí, durante el encierro, que empezó a escribir sus primeras canciones, esbozos de lo que serían sus dos discos solistas, Beautiful Loser y Time Fate Love.

Después de esa temporada tras las rejas lo mandaron a un regimiento a completar la conscripción, pero Luca se escapó a los pocos días con el uniforme puesto. Su destino, otra vez, iba a ser Londres. Allí formó su primera banda, New Clear Heads, tocó en pubs de los suburbios de la ciudad y consiguió un trabajo en el archivo de Virgin Records, hasta que descubrieron que se robaba los discos y lo echaron. Allí también comenzaría su romance con la heroína, que lo terminaría transformando en un yonqui y lo llevaría a un coma hepático que casi lo mata. Cuando se enteró, su madre viajó a Londres para acompañarlo en el hospital. Luca le pidió que lo llevara de vuelta a Italia, de donde estaba prófugo por una causa de drogas y por desertor. “Para la ley italiana yo soy un enfermo mental. Cuando me quisieron meter en la colimba dije ‘no’. Por eso estuve preso dos veces en la cárcel militar, hasta que me agarró un médico y me dio el artículo 28b, que quiere decir que sos un enfermo mental. El 28a era p… y el 28c, drogadicto. A mí me pusieron el b y me avisaron que a partir de ese momento no iba a poder votar más ni laburar en empleo público. Me c… de risa.... ¡¡¡Qué éxito!!!”, decía allá por el año 1980.

Instalado nuevamente en la casa familiar, su hermana Michelle se dedicó a cuidarlo y a mantenerlo alejado de sus amistades peligrosas. Su otra hermana, Claudia, iba a terminar suicidándose junto a su novio con una sobredosis de heroína. Y Andrea, su hermano menor y el cuarto de los hijos de Mario y Cecilia, todavía estaba en el colegio. Por esos días le había llegado una postal de uno de sus únicos amigos del Gordonstoun, Timmy MacKern, un chico argentino de ascendencia escocesa al que también habían mandado a estudiar allí. La postal era una foto de Timmy con su mujer y sus dos hijas en las sierras de Córdoba; Luca se enamoró de ese paisaje. En la carta lo invitaba a pasar una temporada con ellos, y él aceptó, sabiendo que ésa era su única y última posibilidad de curarse: en la Argentina no había heroína. Y ahí iba a empezar otra historia.
ACA. Era 1981 y Luca se instalaba junto a Timmy MacKern y su familia en Traslasierra. Las primeras semanas fueron de recomposición, de soportar la abstinencia, pasarse días enteros durmiendo y, de noche, grabar casetes que luego les enviaba a sus familiares, contándoles lo mágico del paisaje que lo rodeaba. “Tuve que dejar todo y venirme, porque la heroína me estaba matando. La heroína es la mamá eterna, es como el útero que te protege. Con ella no se jode; por algo es la segunda droga en importancia. La primera es el poder”, decía.

En la bucólica vida campestre y los asados entre amigos, a los que se había sumado Germán Daffunchio (cuñado de Timmy), fue surgiendo la idea de formar una banda. Luca viajó a Londres para vender algunos bienes que le habían quedado e invertirlos en equipos e instrumentos. También le escribió una carta a Stephanie Nutall, una baterista punk que había conocido en Inglaterra, invitándola a viajar a las sierras cordobesas para unirse al grupo. Y Daffunchio acercó a un amigo suyo, Alejandro Sokol. Sumo acababa de nacer.

Luca traía a la Argentina una información musical que en ese momento nadie conocía: había estado en Londres mientras explotaba el punk, lo había visto morir y había asistido a todo lo que vino después. Van der Graff Generator, P.F.M., Joy Division y demás bandas que se había cansado de ver en Europa. Sus compañeros, mientras tanto, aprendían.

Una vez consolidada la banda, decidieron que el siguiente paso era mudarse a Buenos Aires. Allí, Sokol y Sthepanie dejaron la banda, y se les iban a sumar Ricardo Mollo, Diego Arnedo, Alberto Superman Troglio y Roberto Pettinato. El primer show importante (20 de marzo de 1982, a once días del comienzo de la Guerra de Malvinas) fue para el festival Rock del Sol a la Luna, en la cancha de Estudiantes de Buenos Aires, en Caseros. El plato fuerte de la noche era Riff, con Pappo a la cabeza, y el público ahí abajo era mayormente metalero. Luca salió al escenario, agarró el micrófono y dijo: “¿Pappo? A Pappo le juego una carrera a Rosario con una botella de ginebra en la mano”. Esa tarde, el show Sumo fue salvaje y alucinado como todos sus shows, y Luca se fue del escenario aplaudido por todo el público.

En 1985 editaron Divididos por la felicidad, al año siguiente Llegando los monos y en 1987 el que según Luca fue el mejor disco de la banda, After Chabón. “Me gusta más que los discos anteriores, porque no hay ningún hit obvio. Fue muy sincero. No me importó seguir siendo famoso... Nos hicimos nuestro público antes de que saliera el primer disco. La onda es la misma, no cambió. Entonces, ¿por qué hacer una ‘Rubia tarada’ a propósito y ponerle ‘La morocha boluda’ así la compran todos los rubios? Hacemos lo que nos sale, y nos sale bien”, explicaba Prodan.

Luca se había instalado primero en un departamento cerca del Abasto y después se había mudado a una casa comunitaria en Alsina 451, en pleno San Telmo. Sus únicas pertenencias eran su campera negra, su walkman y una especie de fuente donde guardaba sus libros, sus discos y sus revistas. “Yo no tengo cosas como objetivos o metas para el futuro. Fijáte que hay mucha gente que vive en el pasado, porque tuvo cosas muy buenas. Pero yo no quiero. Si quisiera, podría volver al pasado… Estar con mi familia en Italia, comer a la una y a las ocho de la noche, no tener problemas, ir en yate en el verano y a las montañas en invierno. Pero no lo quiero. Y el futuro no me importa. Sólo me importan las cosas afectivas”, decía.

Sumo, mientras tanto, se convertía en una banda de culto, y Prodan, en un mito viviente. Los shows eran caóticos y salvajes. Ir a ver a Luca era no saber con qué te ibas a encontrar: el rock nacional ya no era el que todos habían conocido con Spinetta, Zas y Lito Nebbia: con Luca era otra cosa. Ese italiano que hablaba medio raro y cantaba sus canciones mezclando el inglés con el español había llegado para pegarle una patada en el estómago a nuestro rock. Sus letras, su música y sus performances sobre el escenario eran algo único, visceral. Luca era el rockero que todos los músicos querían ser pero no se animaban.

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Luca George Prodan murió el 22 de diciembre de 1987; tenía 34 años. Lo encontraron en uno de los cuartos de la casa de Alsina al 400, recostado en el piso en posición fetal, rodeado de revistas, discos, una botella de ginebra Bols por la mitad y una sonrisa dibujada en su cara. Estaba sonriente y muerto, como burlándose del paro cardíaco y la cirrosis hepática que terminó con él.

Sumo se partió entre Divididos y Las Pelotas, con Arnedo y Mollo por un lado, Daffunchio y Sokol por otro; Pettinato, tras formar en España su grupo Pachuco Cadáver, volvió a la Argentina para ir convirtiéndose en el simpático y mediático personaje de hoy.

Las bandas siguieron sus propios caminos, intentando alguna vez juntar los escombros que había dejado la partida de Luca, pero fue algo imposible. “Mi poder en Sumo es que si yo me voy, no existe esto. Yo soy el más carismático, el que habla más y al que la gente le da más bola”, había dicho Luca antes de morir y convertirse en mito. Y eso era algo que estaba claro.

Por Juan Morris

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